Palabras que atesoro:

“Mi tío siempre me decía: Debes seguir el ejemplo del lobo. Aún cuando tomado por sorpresa, corre para salvar su vida, hará una pausa para mirarte una vez más antes de emprender su retirada final. Por eso, siempre debes echar una segunda mirada al todo lo que ves.”
Ohiyesa, Santee Siux

Indios Americanos, Sabiduría Esencial. AAVV,Troquel 1995.

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lunes, 22 de febrero de 2010

Cuando la lectura de literatura se convierte en una experiencia contagiosa

Por Laura Vanesa Suárez
Introducción: Una gran ocasión

Como maestra del área de Lengua de 5to grado, por primera vez, me preguntaba de qué modo podía cultivar en mis alumnos el disfrute de textos literarios, y que, luego, ellos pudieran hacer lo mismo con otros lectores más pequeños. Así fue como durante el año lectivo del 2005 me propuse ‘invitarlos’ en una gran aventura: leer las historias que los libros nos cuentan para apropiarse de ellas; construir los propios significados y sentidos, imaginar e ingresar desde esas historias en otros mundos posibles. Deseaba que incorporaran el maravilloso hábito de tomar un libro en sus manos, abrirlo, hojear sus páginas, leer unas líneas y ‘agrandar sus ojos’ ante lo escrito. Pero allí no terminaba el asunto, además quería que ellos “contagiaran” a otros niños más pequeños hacia la misma odisea.
Con este objetivo, a partir de diferentes propuestas de lectura literaria, fue que involucré a mis alumnos en situaciones comunicativas donde fueron ocupando distintas posiciones: oyentes, hablantes, lectores y hasta críticos. Todo ello, intentando promover un ambiente propicio de trabajo cooperativo donde pudieran: enfrentar cada actividad de manera desafiante; mantener intercambios de ideas, opiniones y conocimientos; valorar el error, no como un “está mal” sino como un paso para llegar a; anticipar que del otro lado del papel escrito existe un destinatario real y, por ende, asumir este proceso con responsabilidad y compromiso. Y así, de a poco, de manera “desordenada” al principio y más organizada y planificada después, fuimos formando una sociedad de lectura[1] en el aula.
Quería intentarlo, aunque éste fuera tan sólo el punto de partida. Porque la escuela, como dice Graciela Montes, es la primera “gran ocasión” para enseñar a leer literatura, para tomar un libro y compartir su lectura.
La lectura aparece en escena desde el principio
Cuando se inició el año escolar y supe que estaría a cargo del área de Lengua por primera vez en 5° grado, me planteé darle un espacio importante a la lectura literaria en el aula (consecuencia directa de mi reciente Postítulo en Literatura Infantil). Quería encararlo con diferentes modalidades y formas, ya que el fin era multiplicar las oportunidades para que los chicos pudieran “aprender a manejarse como lectores competentes, permitiéndoles acceder a textos de calidad y elegir diversos caminos para recorrer el universo literario”. (como propone el Diseño Curricular de la Ciudad de Buenos Aires). Además, institucionalmente[2], para ese año estaba planteado un proyecto de intercambio de lectura entre primer y segundo ciclo y también con la Coordinadora del Proyecto en Valores de la escuela, habíamos planificado un encuentro con el Jardín de Infantes de un Centro Comunitario de Villa Soldati.
En este desafío quería que mis alumnos “adoraran” la literatura, que no perdieran esas ganas de leer un buen libro (o no tan bueno) para jugar en la computadora o “meterse” en Internet, sino que aprendieran a convivir entre los “nuevos pasatiempos” y el más tradicional y “antiguo”, leer un libro. Era mi intención contagiar a mis alumnos el placer por la lectura. Y me refiero al término “placer” en su vínculo con la emoción y con la idea de un lector activo, que incluye esfuerzo, dedicación, entusiasmo, sorpresa, hasta incomodidad y dificultad en el momento que abre y recorre un libro. Mi propuesta aspiraba a poner en el aula el “leer por placer”, que implicaba darle un lugar a la lectura más descontracturada, más personalizada y, fundamentalmente, más “disfrutable”. Es así, y en estos términos, que estaba totalmente decidida a que mis alumnos se convirtieran en lectores que disfrutan de la literatura, que eligen, que piensan, discuten y se sorprenden, imaginan y construyen sus propias lecturas. Además, el intercambio con los niños más pequeños de la misma escuela y del Centro Comunitario le daría un propósito y un destinatario real a la propuesta y, creo yo, otra perspectiva interesante. En fin, iba a ser un año intenso, en el cual la lectura de literatura y el hablar sobre lo que se lee ocuparían un lugar central en nuestras clases de Lengua.
Para arrancar, decidí compartir mi experiencia como lectora y darles la oportunidad para que tenga lugar la suya. Pienso, como Michele Petit que “Para transmitir amor por la lectura, y en particular por la lectura literaria, es preciso haberlo experimentado.”[3]
Entonces, empecé por leerles aquellos textos de la literatura infantil que me fascinaran un año atrás, como alumna-lectora del postítulo; también, con la intención de analizar algunos mecanismos literarios, como el reconocimiento de distintas voces en el interior de un texto; diferenciar el narrador del escritor; reconocer la primera persona e identificar los recursos que el escritor usó para provocar en el lector cierto efecto (risa, suspenso, sorpresa, etc.).
Durante una primera fase, los primeros tres meses de clases, se hizo habitual en el aula que les leyera un texto literario, en voz alta; luego, intercambiábamos opiniones, confrontando ideas acerca de la historia narrada, discutíamos sobre el narrador o algún personaje, interpretábamos las partes confusas, volvíamos al texto a buscar pistas o a leerlo de corrido otra vez. Era un intercambio libre, siempre desde la conversación espontánea, donde yo iba realizando pequeñas intervenciones, haciendo algunas referencias a otros textos, alentando sus audacias, ayudándolos a ensanchar su propia experiencia; y los chicos también, con inesperadas e insólitas respuestas y otros mínimos gestos, empezaban a dejar ver sus propias lecturas.
Así se iban interiorizando en el clima lector y se iban “contagiando”. Empezaron a traer libros, hacerse sugerencias y pedirme lecturas de algunos cuentos elegidos por ellos. No había día que pasara sin escuchar algún comentario literario o sin ver a algún chico leyendo en los tiempos en blanco del aula.
Una vez que los chicos tenían esa inquietud lectora, había llegado el momento de dar un paso más. En una segunda etapa, serían ellos los que “contagiarían” a otros y esto es lo que ocurriría en el marco del proyecto institucional, ya que ellos les leerían a los niños de segundo grado. Para eso, comenzaron a seleccionar los libros que pensaban que “irían mejor” para sus destinatarios, básicamente, en función de las características de la edad. Entonces, con varios libros por grupo, empezaron a leer y a definir cuál o cuáles serían los elegidos.
En estas lecturas los chicos cambiaron su posición como lectores: ahora se ponían del otro lado, eran ellos los que les leerían a otros, serían ellos los que les acercarían a otros la experiencia de leer. Tuvieron que “tomar la palabra” y hacerse cargo de los textos personalmente, por lo cual hubo que compartir la lectura con los compañeros y hablar sobre los libros. Mi lugar en esta etapa fue de acompañamiento, con una actitud de curiosidad, interés y aliento.
Así, prepararon la “puesta en escena” de las lecturas, y aparecieron propuestas muy variadas y creativas: dramatizaciones con disfraces, confección de títeres con cartulina y palitos de brochett, dibujos a gran escala con escenas del cuento, souvenir de todo tipo: señaladores, tarjetitas movibles, sopas de letras, un sin fin de objetos sorprendentes e ingeniosos. En todo momento mostraron empuje y compromiso y ¡todo a partir de la lectura!
Una vez que los chicos –ahora en el lugar de los lectores “expertos”- estaban listos, ¡a leerles a los pequeños! Los alumnos emisores y los pequeños receptores se encontraron en el “Patio de lectura” preparado para la gran ocasión. Las escenas de lectura se repetían en cada rincón: algunos chicos mostraban las tapas de sus libros, otros leían con los pequeños a upa, otros “actuaban”, o conversaban con los más chiquitos sobre lo que habían leído. Los chicos de segundo quedaron fascinados y mis alumnos ¡querían más!
Finalmente, en una tercera y última etapa, a partir del proyecto de Valores de la escuela, se organizó un encuentro con el Centro Educativo Comunitario “Ramón Carrillo” de Villa Soldati. Nuestra intención era, por un lado, desarrollar algunas prácticas a partir de la convivencia y el intercambio creativo y positivo con los que tenemos cerca cotidianamente y también con aquellos que no forman parte de nuestro entorno habitual. Y, en esta oportunidad, el móvil sería acercarles “la lectura” a los niñitos de 4 y 5 años que concurren a diario a este lugar, a su jardín de infantes, y poder compartir y disfrutar juntos de un libro.
Aunque ya sabían de qué se trataba, también hubo un tiempo de preparación: eligieron los cuentos, ensayaron las lecturas, prepararon la puesta en escena de las mismas. Prepararon dibujos, títeres, disfraces, dramatizaciones, mucho colorido.
El momento del encuentro fue movilizante para todos. Caritas de niñitos escuchando atentamente, otras caras sonrientes intentando llamar su atención, preguntándoles sus nombres, tomándolos de la mano, leyéndoles un cuento, mostrándoles imágenes, actuando o montando un escenario para títeres. ¡Cuántos caminos inimaginados abre la lectura!.
“Si el hecho de leer puede abrir hacia el otro, no es solamente por las formas de sociabilidad y las conversaciones que se dan en torno a los libros. Es también por el hecho de que el experimentar, en un texto, tanto la propia verdad íntima como la humanidad compartida con los demás, cambia la relación con el prójimo. Leer no aísla del mundo. Leer introduce en el mundo de forma diferente.” .”[4]

A modo de cierre: Cuando la lectura se hace contagiosa...
Cuando me propuse como docente enseñarles a leer literatura a mis alumnos sabía que era un objetivo bastante habitual en las aulas pero no siempre logrado. Por un lado, deseaba invitarlos a tomar un libro y que se entusiasmaran con la idea de explorar sus imágenes, con mundos nuevos y le ‘tomaran el gustito’ a la lectura; y, a su vez, quería hacerlos reflexionar y conocer un poco más sobre determinados saberes literarios.
En este proyecto, dediqué tiempo para programar actividades donde mis alumnos pudieran leer y disfrutar de la literatura, y también leer y aprender sobre la literatura. Creo que la mayoría de ellos pudieron tener una implicación personal y establecer una conexión especial con la literatura, y no sólo eso, porque también pudieron ‘contagiar’ a los demás a “agarrar” un libro y ver qué pasaba. Ese fue el gran desafío.

“Enseñar literatura no puede significar otra cosa que educar en la literatura, que ayudar a que la literatura ingrese en la experiencia de los alumnos, en su hacer, lo que supone por supuesto reingresarla en el propio. Educar en la literatura es un asunto de tránsito y ensanchamiento de fronteras.” (...) “Claro está que es muy difícil ayudar a ensanchar la frontera de otros cuando la propia está encogida, apelmazada." [5]



Biografía utilizada

- Colomer, Teresa. Andar entre libros. La literatura literaria en la escuela. México, Fondo de Cultura Económica, 2005.

- Montes, Graciela. La frontera indómita. En torno a la construcción y defensa del espacio poético. México, Fondo de Cultura Económica, 1999.

- Montes, Graciela. La gran ocasión. Buenos Aires, Ministerio de Cultura y Educación de la Nación. 2006.

- Petit, Michèle. Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura. México, Fondo de Cultura Económica. 1999.

- Petit, Michele. Lecturas: del espacio íntimo al espacio público. México, Fondo de Cultura Económica. 2001.



Laura Vanesa Suárez
e-mail: suarezlaurav@yahoo.com.ar
Nacionalidad: Argentina
Dirección: Marcos Paz 1718 Depto 4 - CABA
Teléfono: 4639-6295
Se desempeña como maestra de escuela primaria desde el año 1996. También, es Licenciada en Ciencias de la Educación y se ha especializado en Literatura Infantil y Juvenil (Postítulo del CEPA-2004). Además, participó en el comité editor de relatos pedagógicos del Programa Memoria Docente y Documentación Pedagógica (Laboratorio de Políticas Públicas, Buenos Aires- IICE, Instituto de Investigaciones Ciencias de la Educación, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires) durante los años 2005-2006. En la actualidad trabaja en una escuela pública de la Ciudad de Buenos Aires en un segundo grado.

[1] Montes, Graciela. La gran ocasión. Buenos Aires, Ministerio de Cultura y Educación de la Nación. 2006. En este texto, la autora hacer referencia a la contribución que debe hacer el docente para que el aula se transforme en una sociedad de lectura, que se irá formando “a lo largo de muchas lecturas compartidas, eligiendo a veces bien y otras veces no tan bien, escuchando lo que tienen para decir los lectores, dándoles la palabra, permitiendo también que le pongan la voz al texto, comentando, releyendo, haciéndose preguntas, acotando, remitiéndose a otros textos, cruzando hallazgos, hipótesis y fantasías.”
[2] Es una institución privada y laica, ubicada en el barrio de Flores de la Ciudad de Buenos Aires, que atiende a una comunidad de clase media-alta, con niños motivados y exigidos por sus padres (en general profesionales), y que participan activamente del proyecto en valores que año a año realiza la escuela.
[3] Petit, Michele. Lecturas: del espacio íntimo al espacio público. México, Fondo de Cultura Económica. 2001. (p. 65)
[4] Petit, Michele. Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura. México, Fondo de Cultura Económica. 1999. (p. 42)
5. Montes, Graciela. La frontera indómita. En torno a la construcción y defensa del espacio poético. México, Fondo de Cultura Económica, 1999. (p. 55)

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