Con estos pibes ¿no se puede?
La Educación en nuestras manos:
María Elena abre el diálogo con el apasionamiento y la sensibilidad de quien mantiene viva la llamita de su oficio: maestra. Sus reflexiones –fruto de un intenso e importante trabajo en el campo de la investigación didáctica y la capacitación docente- tejen un ida y vuelta permanente con las imágenes y las vivencias de su experien- cia en “la 95” de La Matanza. Planteado el tema, comenzamos a desentrañarlo.“
“Cuando me planteaste el tema, recordé las veces en que había dicho: con este chico no se puede. En realidad, estaba diciendo con este chico yo no puedo, no sé cómo hacer para enseñarle. “Yo no puedo” no es lo mismo que “él no puede”.
En general, siempre estoy convencida de que todos los chicos pueden aprender; la cuestión es encontrar el modo de conocerlos, de llegar a ellos, de lograr establecer la relación necesaria para que el conocimiento que necesitamos enseñar pueda ser comunicado.”
Entrevista a María Elena Cuter.
María Elena Cuter: Muchas veces la escuela espera que el alumno que llega a ella cumpla con determinadas condiciones; que tenga ciertos saberes previos, una aproximación a los objetos culturales que la escuela privilegia, un determinado tipo de lenguaje, una familia que pueda acompañarlo en su trayectoria escolar. Se trata de un alumno “ideal”, que está en nuestro imaginario y que se nos parece bastante. Cuando los alumnos se nos parecen, la comunicación es fácil. Los problemas surgen cuando el chico o el adolescente que tenemos enfrente es diferente. Y hoy, la diferencia entre el alumno “ideal” que la escuela espera recibir y los chicos es significativa.
Nuestros alumnos están golpeados por las condiciones en las que viven; muchos trabajan o colaboran con la subsistencia de la familia; apenas comen, no cuentan con elementos para el trabajo escolar; no poseen
libros ni adultos que les lean; algunos no tienen casa y muchos, aunque tengan un techo, carecen de un lugar para hacer la tarea, desplegar un libro o dibujar un mapa. Fuera de la jornada escolar, no hay tiempo para la escuela porque trabajan o carecen del control de un adulto que los oriente para emplearlo en situaciones más cercanas a lo que nosotros imaginamos que debería ser la vida de un niño.
Al mismo tiempo, como imaginamos alumnos que se nos parecen, suponemos que cualquier chico que llega a primer grado puede ubicarse frente a un libro y saber cómo se pasan las hojas o descubrir qué tipo de información se encuentra en un diario y diferenciarla de la que se puede hallar en un cuento.
Suponemos que cualquier chico puede ajustar su mano a diferentes instrumentos de escritura para trazar marcas de distinta índole. Ciertos conocimientos parecen “naturales” y, si un chico de seis años no los posee, algo malo sucede con él. En verdad, esos conocimientos son producto de un largo aprendizaje que se realiza en la vida social; cuando los chicos participan en prácticas sociales en las que se lee y se escribe tienen oportunidad de lograr esos aprendizajes. Si esas prácticas sociales no están presentes en su
experiencia, no hay modo de que los adquieran. Y eso no significa que sean “inmaduros” o “lentos” o que tengan alguna patología que les impida aprender; de hecho, aprenden muy tempranamente a hacer y a conocer muchas cosas. Significa, simplemente, que no han tenido las mismas oportunidades que nuestros hijos para aprender aquellos contenidos que la escuela valoriza.
La imposibilidad de comunicación producto de este defasaje entre el alumno que nos hemos represen -
tado y los chicos reales con los que nos encontramos enel aula, ¿qué produce en el d o c e n t e ?
M. E. C.: En general, muchísima frustración. Cuando no contamos con estrategias didácticas que posibiliten a todos los chicos aprender, nos sentimos impotentes. Supongo que dependerá del maestro que se resuelva de modos distintos; algunos depositarán el problema en el alumno para tratar de evitar la frustración; otros, seguramente aquellos que advierten el monto de violencia al que están sometidos los chicos y son sensibles a su sufrimiento, pueden intentar sortearles el fracaso escolar promoviéndolos al
grado siguiente pero, en general, no se modifican significativamente las condiciones en que los chicos se encuentran para permanecer y avanzar en el sistema educativo.
Personalmente, creo que es bueno defender cierto optimismo pedagógico sin el cual es muy difícil enfrentar las situaciones en las que actuamos. Un optimismo que recorte nuestro campo específico; quiero decir, como maestro sé que no tengo posibilidades de resolver la totalidad de problemas que tienen los chicos. No es a los maestros a los que nos corresponde garantizar que las necesidades básicas de estos pibes estén cubiertas; en todo caso, contribuiremos a ello desde otros lugares, aquellos donde actuamos como ciudadanos. Pero, al mismo tiempo, saber que sí podemos operar mejor en un recorte de su realidad, la que le toca a la escuela. Si el maestro logra comunicar conocimientos y los chicos pueden apropiarse efectivamente de ellos, esa posesión les permitirá transformar significativamente ciertos aspectos de su vida; tendrán más herramientas para pensar su realidad y cambiarla en algunos aspectos. No se trata de que yo les cambie la vida en la dirección que me parece la más adecuada sino de que ellos tengan las herramientas que les permitan tomar decisiones, ser protagonistas de sus propias vidas. Encontrar las estrategias didácticas que permitan operar a favor de los chicos, es el modo en que entiendo el ejercicio de mi profesión.
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